Dice que en 1.291, “en el centro de Europa están conspirando”, pues "hombres de diversas estirpes" tomaron "la extraña resolución de ser razonables". Unos siete siglos después, en el sur de nuestra América, en Uruguay, algunas veces llamado la Suiza de América Latina, también están conspirando, pues unos modernos conjurados han tomado igualmente “la extraña resolución de ser razonables”.
En Suiza, el propósito de la conspiración fue pactar el nacimiento de una nación, próspera y democrática. En Uruguay, los modernos conjurados de la razonabilidad pactan algo muy distinto pero igualmente importante: el inicio del desmonte de la prohibición de las drogas, una locura que ha perdurado por demasiado tiempo y ha ocasionado en todo el mundo sufrimiento, violencia y autoritarismo.
La valiente decisión de los uruguayos de regularizar el mercado de la marihuana parece a muchos una locura y es políticamente muy audaz; pero en el fondo no es más que la extraña resolución de ser razonables frente al fracaso del prohibicionismo.
Si uno constata que una política como la prohibición no sólo no cumple su propósito, pues no ha logrado reducir la oferta y consumo de las drogas, sino que además tiene efectos colaterales muy graves, pues genera violencia, corrupción y mafias, y —paradoja sanitaria suprema— deteriora la propia salud de los usuarios, ¿no es acaso lo razonable intentar políticas alternativas? Y eso es lo que pretende el gobierno uruguayo al proponerse la regularización del mercado de marihuana, que es algo muy distinto a su liberalización.
Nadie ha planteado que cualquiera pueda comprar un cacho en la tienda de la esquina. La venta a menores estará prohibida y el acceso de la sustancia por los adultos estará estrictamente regulado y vigilado por el Estado, quien deberá también prevenir el abuso de marihuana y atender a los usuarios con problemas.
El propósito es arrebatar a las mafias ese mercado para poner en marcha de una política de salud pública, que además sea respetuosa de los derechos de los usuarios de marihuana, la mayor parte de los cuales manejan sin problema su consumo, por lo cual es ridículo que estén penalizados u obligados a proveerse la sustancia en un mercado ilícito.
Hace algunos meses Uruguay también aprobó el matrimonio de parejas del mismo sexo, despenalizó el aborto y desde hace tiempo fomenta la educación sexual para prevenir embarazos no deseados. Su tasa de abortos es bajísima y hace tiempo que ninguna mujer muere por un aborto. Una conclusión se impone: en el sur de las Américas están conspirando, pues los uruguayos han tomado la extraña resolución de ser razonables. Allí crece, como en el poema de Borges, “una torre de razón”, que tal vez mañana se extienda a “todo el planeta”. Y nuevamente con Borges: “acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético”.