"El adicto es un paciente, no un delincuente"
Domingo, 14 de febrero, 2011
Mario Vargas Llosa y Jaime Bayly encendieron el debate sobre la descriminalización del consumo de drogas en el país desde sus trincheras mediáticas en los últimos días. Ricardo Soberón, abogado, máster en Política Internacional y Estudios de Seguridad e investigador de políticas antidrogas y temas amazónicos, argumenta aquí a favor de reemplazar el modelo represivo basado en la detención de los consumidores por uno que convierta este problema en una cuestión de salud pública.
 El Código Penal peruano castiga el tráfico ilícito de drogas pero no la  posesión de pequeñas dosis para consumo personal, ¿este no es un signo  liberal de nuestra legislación?
El Código Penal peruano castiga el tráfico ilícito de drogas pero no la  posesión de pequeñas dosis para consumo personal, ¿este no es un signo  liberal de nuestra legislación?
 –Si bien la ley no penaliza el consumo, este en la práctica está  criminalizado. Lo prueban las propias estadísticas de la Policía  Nacional: de las cerca de 12 mil personas detenidas anualmente por  presunto delito de tráfico ilícito de drogas y microcomercialización, un  promedio de 8 mil son consumidoras. Estos individuos, arrestados  ilegalmente, normalmente son liberados luego de 15 días, tal como  establece la Constitución. Como los agentes policiales no tienen  mecanismos para diferenciar si un cigarro de marihuana lo va a fumar uno  mismo o lo va a vender a un tercero, prefieren detenernos.
 Pero el artículo 299 del CP precisa el peso límite de estupefacientes  para el consumo personal: 8 gramos para la marihuana, 5 gramos para la  pasta básica de cocaína y 2 gramos para el clorhidrato de cocaína. La  Policía tiene un marco legal que le permite separar a los consumidores  de los vendedores.
 –Ellos estiran su interpretación de la ley y cargan con todos. Para  empezar, los oficiales antinarcóticos no tienen balanzas para calcular  estas dosis personales. Detrás de su comportamiento hay un negocio de  coimas y amenazas. Se sabe también que algunos agentes reciben bonos  económicos de parte de la oficina de Administración de Leyes sobre las  Drogas de la Embajada de Estados Unidos en el Perú de acuerdo con la  cantidad de “traficantes” que detienen. La experiencia internacional nos  enseña que tratar el problema de las drogas solo por la vía policial y  penal es un contrasentido. 
 ¿Por qué convendría despenalizar el tráfico y la microcomercialización de drogas en el país?
 –Fundamentalmente, porque la prohibición no ha resuelto las causas que  motivan la producción de la hoja de coca y su transformación en PBC y  cocaína, ni ha reducido la tendencia creciente de consumo. Latinoamérica  sigue siendo el mayor exportador mundial de cocaína y marihuana.  Además, este esquema represivo ha generado un margen de ganancia  abrumador para el narcotráfico, y altas cuotas de corrupción y  violencia. Esta situación no nos debería llevar directamente a legalizar  el tráfico de drogas en el país, sino a elaborar políticas matizadas  que permitan atacar las causas.
 ¿Como cuáles?
 –En primer lugar, hay que reformular las figuras penales sobre las  drogas orientando la represión severa a las organizaciones criminales  complejas. No es posible que dos hermanos que venden pasta básica en La  Victoria sean considerados legalmente una organización criminal; el  Código Penal debe caracterizar mejor a este tipo de grupos. En segundo  lugar, hay que empadronar nuevamente a los 80 mil productores peruanos  de coca, ordenarlos territorialmente y crear mecanismos legales de  elaboración de productos lícitos de coca.
 En tercer lugar, hay que reformar el aparato de justicia penal: el 16%  de la carga procesal de Lima Metropolitana corresponde hoy a casos de  tráfico ilícito de drogas; y buena parte de esta congestión está  relacionada con microcomercializadores: ellos son un eslabón  reemplazable de la cadena de la venta de estupefacientes, se trata  normalmente de gente desempleada y vulnerable que termina sobrepoblando  las cárceles del país. De los 44 mil internos que hay en promedio en el  Perú, cerca de 11,400 están presos por tráfico ilícito de drogas. De  estos, el 61% no tiene sentencia a la fecha, ni beneficios  penitenciarios. Así, estas personas no tienen ninguna posibilidad de  rehabilitarse. La guerra contra las drogas, con el enfoque  prohibicionista, está perdida.
 ¿A través de qué mecanismos propone despenalizar la venta de drogas?
 –Despenalizar significa disminuir la pena de un delito sin que este deje  de ser ilícito, es decir reducir el castigo. Las penas para el tráfico  de estupefacientes deberían ser proporcionales con la cantidad de gramos  que se porta, y así permitir la fácil excarcelación de los  microcomercializadores.
Derecho a alterar mi conciencia
 ¿Cómo resolver el problema del consumo?
 –Hay tres tipos de usuarios de drogas: ocasionales, recreativos y  problemáticos. Estos últimos son minoritarios en todo el mundo. 208  millones de personas usan algún tipo de droga ilícita por lo menos una  vez al año. En el Perú, la droga más popular es la marihuana, que, según  el último reporte la Comisión Global sobre la Marihuana elaborado por  la fundación Beckley, tiene efectos negativos sobre la salud menores que  el alcohol y el tabaco. Sin embargo, las drogas legales tienen en  nuestro país una gran aceptación (según cifras de INEI y Devida, el 83%  de peruanos alguna vez consumió alcohol en su vida). No hay que olvidar  que el adicto a las drogas ilícitas no es un delincuente, sino un  paciente. Y como tal, debe ser tratado como un usuario del sistema de  salud pública.
 ¿Esto implicaría, como propone Jaime Bayly, la libre disponibilidad de drogas en farmacias y tiendas para adultos?
 –Le aseguro que esa libre disponibilidad hoy existe: hay teléfonos a los  que uno puede llamar para pedir un poco de cocaína o marihuana por  delivery. El sistema represivo es absolutamente permisible. Nosotros  proponemos la creación de un mecanismo formal del Estado que permita  acceder a la cocaína y a sustancias que tienen principios químicos  similares, como la amapola y el opio, como analgésicos médicos frente al  dolor en casos de enfermedades terminales como el cáncer.
 Pero, más allá del plano médico, ¿cree que sería saludable la oferta  legal de estupefacientes para uso social en farmacias y tiendas?
 –Yo no lo haría así, sino a través de un sistema restrictivo que detecte  rápidamente abusos e identifique a los usuarios problemáticos. Además,  se velaría por la calidad de las sustancias con el fin de reducir, por  ejemplo, el consumo de PBC, una de las drogas más dañinas. Yo creo en un  mercado regulado de estupefacientes en el que haya control estatal  permanente de los centros de expendio.
 ¿La existencia de estos espacios no significaría la renuncia del Estado  a su rol protector de la salud pública y el fomento del consumo de  drogas?
 –La libertad de conciencia es un derecho que tiene diversas  manifestaciones, una de ellas es la capacidad de cualquier ciudadano a  alterar su conciencia. No es función del Estado decirte que consumas o  que no consumas drogas, sino educarte para que tengas una decisión  informada. 
Cruzada latinoamericana
 El documento "Drogas y democracia: hacia un cambio de paradigma",  avalado por políticos y académicos latinoamericanos como César Gaviria  (ex presidente colombiano), Fernando Henrique Cardoso (ex presidente  brasileño), Mario Vargas Llosa y Moisés Naím (escritor venezolano),  propone:
- Transformar a los adictos de compradores de drogas en el mercado ilegal en pacientes del sistema de salud.
- Evaluar con un enfoque de salud pública, y de mano de la ciencia médica, la conveniencia de descriminalizar la tenencia de marihuana para consumo personal.
- Reducir el consumo a través de innovadoras campañas de información y prevención basadas en testimonios de ex adictos.
- Focalizar la represión hacia la lucha implacable contra el crimen organizado.
Estas medidas son ya una realidad en países europeos como Holanda, Bélgica y Dinamarca. En Alemania, por ejemplo, desde 1994 se han abierto más de 50 centros de inyección segura de heroína con supervisión médica. En América Latina, se discuten políticas similares en México y Argentina.


 
						


